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Los sofismas del desarrollo
Los sofismas del desarrollo

Es necesario participar activamente de la política concebida como un bien común y no al servicio de supuestos desarrollistas importados que aseguran el statu quo y legitiman cada vez más el discurso occidental hegemónico de la falacia desarrollista.


Desde mediados de siglo pasado, el concepto de desarrollo se ha convertido en un discurso hegemónico que ha marcado el derrotero de naciones de todo el mundo hasta nuestros días, asignándole un rol en la economía mundo capitalista que genera desigualdad y dominación entre las naciones.

Comienzo por remontarme a la base del pensamiento moderno que surgió en Europa en los siglos XV y XVI, como uno que distaba del pensamiento imperante medieval, el cual buscaba a toda costa deslindarse de lo que por años se ha llamado el oscurantismo; esto es un orden establecido que se apoyaba en Dios como fuente de verdad y conocimiento y rechazaba a la ciencia.

En tal sentido, en los comienzos de la modernidad, se construyó un discurso que expresaba un ir siempre hacia adelante, obedeciendo a una visión teleológica y lineal de la historia. Esto hizo que se introdujera en los círculos intelectuales y de la nueva clase burguesa en ascenso, el concepto de “progreso” para hacer alusión a la búsqueda que los seres humanos realizan permanentemente para mejorar sus condiciones de vida y, al mismo tiempo, acabar con siglos de inmovilismo cultural.

La modernidad hizo uso de la ciencia como una fuente real de conocimiento; ya no era Dios sino la ciencia y la razón la que llevaría a los seres humanos a estadios más avanzados y al progreso. Así, se fue desarrollando una fe (paradójicamente) ciega en la razón occidental que serviría luego para legitimar la dominación y el colonialismo cultural.

La institucionalización de las disciplinas que ponían en práctica el método científico eurocéntrico, sirvió para acrecentar la visión antropocéntrica del hombre blanco occidental y, con ella, una superioridad racial que llevaría a introducir en el largo siglo decimonónico otro concepto que, además de problemático académicamente hablando, es racista, clasista y nacionalista: el concepto de “civilización” como una manera que connota diferenciación social y superioridad racial. Son los pueblos europeos, más exactamente los pueblos anglosajones quienes se erigen como los civilizadores del mundo y como aquellos que detentan un estado superior, por tanto, se reconocen así mismo como ilustrados, iluminados por la razón y superiores en moral y en inteligencia a cualquier otro pueblo que la historia haya conocido.

Un ejemplo de lo anterior aplicado a la política internacional en el siglo XX, es el discurso del presidente Harry Truman de Estados Unidos en el que enuncia la nueva política estadounidense para llevar su supuesto desarrollo a las naciones que no lo han tenido, es decir, a aquellas naciones subdesarrolladas. Lo llamativo de este discurso es que connota, por un lado, que las naciones subdesarrolladas deben escapar de ese estado y, por el otro, que dichas naciones deben saltar a un estadio más avanzado. Por esto, el desarrollo se erige como un discurso y paradigma que marca los derroteros de variadas naciones.

Como se puede ver, lo que llaman desarrollo (sostenible o sustentable), obedece a una lógica de dominación que tiene sus raíces en el siglo XVIII en el concepto de progreso, y continúa en el decimonónico con el concepto de civilización. Ahora, nos lo hacen ver como algo innovador y reconciliador entre el ideal depredador del sistema capitalista con la defensa del medio ambiente; este discurso se constituye en un embuste o como lo dice Mota y Sandoval (2016), en una falacia que busca perpetuar las lógicas de la explotación de unos pueblos por otros y como una forma de continuar la colonización no sólo desde el punto de vista económico sino también cultural.

Un antecedente cercano en el tiempo del uso de la palabra desarrollo, la ubicamos a principios del siglo XX en el concepto de desarrollo urbano, que alude al entorno de las ciudades basadas en bulldozer y la producción industrial masiva, homogénea, de espacios urbanos e instalaciones especializadas como lo ha dicho el académico Gustavo Esteva. También es importante otro antecedente que se haya en la política de los británicos con su Ley de desarrollo y bienestar de las Colonias en el año 1939 que deja ver la integración entre el proceso civilizador y el nivel de producción para llegar al desarrollo. Son dos ejemplos y significaciones del desarrollo que sirven como experiencias que ayudan a entender un poco más las bases del concepto y la connotación que se le fue dando.

La Alianza para el Progreso, que no es otra cosa que un plan de injerencia estadounidense para las américas, sirve como ejemplo para ilustrar otra forma de aplicación del discurso y el paradigma desarrollista, pues con el sofisma del desarrollo, se logró la intrusión norteamericana no sólo en la política y en la economía de nuestro país, sino también en el plano cultural y educativo con el Plan Atcon, la Misión California y la presencia de las Fundaciones Ford y Rockefeller en las determinaciones de la educación y en la creación de instituciones de educación superior en Colombia y en la plantación de monocultivos como el arroz y el algodón en la terraza de Ibagué y el Plan del Tolima[1].

Así pues, es menester reflexionar sobre el asunto y concebir de manera distinta aspectos esenciales como la educación, la salud, la producción de comida, etc., pues gracias a este tipo de colonialismo, el plan del Tolima fue condenado a mediados de siglo pasado a ser un territorio de monocultivos, productor de arroz, maíz y algodón. No en vano la Universidad pública del departamento tolimense nace por recomendaciones estadounidenses y se le asigna un lugar central a las ramas de la agroindustria y la zootecnia en los años cincuenta y sesenta, forzando el latifundismo y precarizando la producción de las unidades agrícolas familiares.

El llamado a investigar, discutir y debatir públicamente sobre los asuntos de las comunidades y a establecer controles políticos para proteger estos nuevos ámbitos comunitarios, urge. Por eso, es necesario participar activamente de la política concebida como un bien común y no al servicio de supuestos desarrollistas importados que aseguran el statu quo y legitiman cada vez más el discurso occidental hegemónico de la falacia desarrollista. Es un imperativo histórico poner en diálogo de saberes todo lo que el ser humano ha construido en la historia para abrir las perspectivas de la humanidad y realizar un giro epistémico que nos lleve al buen vivir y al equilibrio entre naturaleza y humanidad.


[1] Sobre este aspecto recomiendo la lectura de Operación Cacique, tácticas de intrusión de los Estados Unidos en la universidad colombiana. Ediciones Camilo, Bogotá, 1972.

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