«Te imaginas estudiar 5 años y soñar que desde la educación y la escuela se cambia el mundo, y lo que terminas haciendo cuando empiezas a trabajar es cambiar de decoraciones cada mes» (docente de 7º grado de Lengua Castellana).
El primer día de clases ofrece una mirada al quehacer docente del que Paulo Freire tanto habló. Aunque esta nota bosqueja unos apuntes basados en las reflexiones del pedagogo brasileño, recupera algunas de las preocupaciones de las y los novatos antes de ir por primera vez a su práctica docente como profesional.
En el texto, Freire habla del miedo. Él dice que este es algo necesario de sentir para poderlo afrontar y superar. No hay nada más honesto que sentir miedo para poder empezar a estudiar el aula. La estudiantina también lo siente, aunque a veces no lo deje ver. El problema frente a este, es que el referente de la pedagogía y la educación popular no dice cuáles son los miedos que son necesarios enfrentar.
A mi criterio, el primer miedo con el que uno se encuentra compromete la entrevista de trabajo. Tras la llamada millonaria, el problema a resolver es cómo ganar el puesto. En el país no hay muchas oportunidades laborales y las pocas son peleadas y con muchos requisitos, entre los cuales está la experiencia. Llegar la entrevista sin una trayectoria es estar en desventaja. Pero, si esta es exitosa y ofrecen un chance para un novato hay que –como dicen por ahí– «regalarse para adquirirla».
Con el puesto ganado, en caso tal que todo haya salido bien en la entrevista, viene el debut. Todos los novatos quisieran iniciar en una institución educativa oficial. El problema es que el estreno como profe, para la mayoría, es en un colegio privado. Así lo manda la situación económica y así lo exige la experiencia. Como la entrevista fue realizada por uno de los directivos del colegio, ese primer miedo sigue ahí. El que genera el estudiantado queda relegado siempre y cuando a los dueños les guste lo que uno hace y cómo es hecho.
Mucho dicen de la universidad que «tanta teoría consumida en esa burbuja social, en el aula de clase de un colegio no sirve», y en gran parte es cierta. Las recetas de las cátedras alimentan un empuje a favor de la enseñanza difícil de calcular. Los primeros días genera entusiasmo llegar al aula de clase. La energía acumulada desde el Alma Mater está desbordante. Sin embargo, esta va dosificándose, por no decir disminuyendo, con la llevada del niño al baño, la barrida, la trapeada… en fin, con una serie de acciones y/o actividades más allá de las pedagógicas o didácticas que no se contemplan en el sueldo y son obligación, porque están vislumbradas en el contrato en una letra invisible que se va aclarando con el paso de los días. Con la mirada de los directivos encima, esa que constituye un miedo, aparece otro: evitar que la energía se acabe.
En medio de esto, hay algo que genera un miedo más y, sobre todo, tristeza: un sindicato que se autoproclama «defensor de las y los maestros», que se atribuye la posición de «ser un sindicato de clase» y que supuestamente está en oposición a las nefastas políticas neoliberales que subsumen «los derechos laborales de los educadores del país»; pero no hace nada por las y los profes del colegio privado. Aunque sus banderas puede que sean ciertas, esa organización sindical solamente defiende los derechos de esos «dinosaurios anquilosados», de esas «vacas sagradas» que tienen bajo el brazo el vademécum didáctico desde hace 30 años. Ese sindicato no vela por aquellos que tienen que vender su poco conocimiento a lo que tanto dice oponerse: la privatización de la educación.
Las y los profes que nos lanzamos a la docencia en el privado tenemos varios miedos, pero no podemos perder el temor a reivindicar la labor docente. Un profesor de Lengua Castellana aseguró que un docente es «un trabajador de una institución educativa, cuyas funciones abarcan la enseñanza y otras aparentemente anexas a esta. En este marco, aparece el profesor como un intelectual, como el encargado de trabajar con el conocimiento y dedicado exclusivamente a eso: él es el que diseña la enseñanza, la promueve, la investiga y la reflexiona». Por esto, caer en el juego de la inmediatez y el «quedar bien» está por fuera del quehacer docente que Paulo Freire nos invita a pensar.