De las aulas a las calles
De las aulas a las calles. Protesta y nuevos aprendizajes
De las aulas a las calles. Protesta y nuevos aprendizajes

La mirada acusadora de los agentes del orden en los días y en las noches, y su actuación en medio de las protestas condujo a una ruptura con una franja de la ciudadanía. Las decisiones presidenciales convirtieron las calles en unos campos para nuevos aprendizajes, para poner a pensar a la gente sobre la necesidad de cambiar el orden existente.


El cierre o funcionamiento parcial de las instituciones educativas y los campus universitarios hizo posible una nueva escuela. A lo largo de un mes, las calles constituyeron unos espacios de formación y aprendizaje. Tanto quienes han ido a las aulas como quienes no lo han hecho se convirtieron, de un momento a otro, en estudiantes de una cátedra ausente en el currículo oficial colombiano: participación política. Sin profesores y sin ayudas didácticas convencionales, las y los jóvenes han dimensionado el significado de la ignominia y la vida digna, de la solidaridad, y de la organización y la acción colectiva.

La primera línea es el ejemplo fehaciente de esto. La intervención desproporcionada de la policía y el ESMAD contra los manifestantes hizo posible un aprendizaje sin precedentes. La necesidad de defender el derecho legítimo a la protesta y, de paso, a la dignidad y la vida; llevó a decenas de jóvenes en Cali, Bogotá, Medellín, Ibagué, Armenia, Barranquilla y otras ciudades a organizar líneas de defensa contra el oprobio con unas cuantas latas, sin un acondicionamiento físico apropiado y sin nociones de estrategia y tácita militar. La experiencia misma lanzó a los jóvenes a un acto heroico de resistencia: garantizar un derecho de orden constitucional. La primera línea, en este sentido, no es una subversión, es una herramienta en medio de la represión, en medio de una dictadura; es un aprendizaje en clave de participación política.

En el contexto de la represión, la desconfianza con el papel y la actuación de la policía y el ESMAD minó la relación con las autoridades. Los jóvenes aprendieron a sospechar de quienes supuestamente garantizan la seguridad ciudadana. Esto ya no es un problema exclusivo de barristas. Ellos aprendieron que la fuerza pública responde a unos intereses, no son salvaguarda de la protesta y los ven como potenciales enemigos. En la racionalidad juvenil se instaló una representación negativa de las autoridades, porque su actuación ha estado por fuera de la ley y en detrimento de la protesta y la vida.

La solidaridad y la organización también reaparecieron en las jornadas. La indiferencia ante la brutalidad cedió, dando paso a variados mecanismos de acción, protección y defensa. Los grupos de jóvenes aprendieron a caminar juntos, a cubrir las espaldas de sus compañeros, a alertar los riesgos, a memorizar sus rostros, nombres completos, números de teléfono y de cedula. Como forma de cuidarse entre sí, se envían mensajes cuando llegan a lugares seguros o están fuera de algún riesgo. Asimismo, y ante alguna amenaza, actúan colectivamente. Unos acuden al lugar de los hechos. Otros ponen el grito en el cielo en las redes. El nivel de represión obligó a los jóvenes a estar en permanente alerta, a estar conectados, a estar organizados.

Ninguno de estos aprendizajes hubiese sido posible sin el estrechamiento del régimen político. Iván Duque, sus ministros y gobernantes territoriales se empeñan en mostrar a Colombia como una democracia. Lo que ocurre en diferentes ciudades da cuenta de otra cosa. Además, las prácticas implementadas por los jóvenes dan cuenta de un nivel de represión propio de las dictaduras. La mirada acusadora de los agentes del orden en los días y en las noches, y su actuación en medio de las protestas condujo a una ruptura con una franja de la ciudadanía. Las decisiones presidenciales convirtieron las calles en unos campos para nuevos aprendizajes, para poner a pensar a la gente sobre la necesidad de cambiar el orden existente.

En el asfalto de muchas vías ha nacido una nueva escuela. Quienes fueron considerados como tabulas rasas sometieron su experiencia al contraste con otras. De esto brotaron coincidencias, frustraciones, lágrimas y alegrías; en definitiva, aprendizajes necesarios para un momento excepcional. La cátedra de participación política llevó a sus estudiantes a mantener vivo el legítimo derecho a la protesta.

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