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Rusofobia o Voltaire en Volgogrado*
Rusofobia o Voltaire en Volgogrado*

En medio de la guerra entre Ucrania y Rusia, Europa, la Europa de las naciones y de la democracia, la Europa de los derechos humanos y la inclusión, alimenta un monstruo que no sabemos a dónde irá a parar: la rusofobia. La misma Europa que habla de paz pero que, antes de apoyar las negociaciones entre Rusia y Ucrania, priorizó tomar dinero de un fondo para la paz y destinarlo a la compra de armas.


El nazismo quemó libros y controló los medios de comunicación, dejó claro quién podía hablar y quién no. Pero esa práctica contraria a la libertad no es privilegio de Hitler y los suyos sino que ya la había hecho la Santa Inquisición y recientemente el Estado Islámico. Todo en nombre de, como diría el ministro alemán de propaganda, Joseph Goebels: la «limpieza del espíritu alemán»; esto encajaba con su declarada rusofobia.

En el campo socialista se hizo algo similar. Otro Joseph, pero de apellido Stalin, alteró los hechos, persiguió contradictores y hasta editó fotos borrando de la historia a los que no eran de su agrado. El silencio como castigo se impuso.

El «arte socialista» fue una noción bajo la cual se impuso qué leer, qué escuchar y, por tanto, qué pensar. Es claro que las prácticas fascistas no son exclusividad de los fascistas. El Estado Islámico y otros radicales islamistas, como los talibán de Afganistán, han atacado estatuas, museos y bibliotecas.

Ahora, en medio de la guerra entre Ucrania y Rusia, Europa, la Europa de las naciones y de la democracia, la Europa de los derechos humanos y la inclusión, alimenta un monstruo que no sabemos a dónde irá a parar: la rusofobia. La misma Europa que habla de paz pero que, antes de apoyar las negociaciones entre Rusia y Ucrania, priorizó tomar dinero de un fondo para la paz y destinarlo a la compra de armas.

La lista de noticias ya es larga en tan pocos días: un director de orquesta fue expulsado de su trabajo en Múnich por no rechazar la invasión a Ucrania; estudiantes rusos fueron expulsados de universidades de Francia, Bélgica y República Checa; la italiana Universidad Bicocca canceló un curso sobre el escritor ruso Fedor Dostoievski.

Los canales de prensa rusa empezaron a ser censurados. Hay reportes de bloqueo en Europa de aplicaciones relacionadas con RT y Sputnik. En Madrid, ya hay grafitis contra el centro de visados rusos que dicen «asesinos». Un restaurante en Portugal puso un letrero de que no admitía rusos. DHL suspendió sus servicios en Rusia y Bielorrusia.

Los deportistas rusos no podrán participar en campeonatos internacionales ni los cantantes en Eurovisión. ¿Le hicieron lo mismo a Estados Unidos cuando arrasó Irak? No. ¿A Chile cuando la dictadura de Pinochet? ¿Le han hecho algo siquiera similar al campeón de violaciones al derecho internacional llamado Israel? Tampoco.

Esa «cultura de la cancelación» con la que se dice a los editores a quién publicar es hija del fascismo. Y es lo mismo que decir quién puede hablar y de quién necesita la aprobación. Hay tantos Stalin sueltos que es imposible evitar la censura.

El problema de fondo es que estamos en tiempos en que hay que ser políticamente correcto: esto no es una opción sino una imposición, si no: ¡a la hoguera! Volvieron los derechos, como el de la libertad de expresión, un privilegio. Y los privilegiados son designados por los puros y los fanáticos que se autonombran jueces naturales de los demás, como hace ahora Europa frente a lo ruso.

Borraron de un plumazo toda la esencia de los derechos humanos retorciéndolos hasta meterles el concepto de mérito: si no llenas unos requisitos morales y políticos que la inquisición o el poder político diseñan, entonces no puedes hablar. Debes condenar a Putin porque o, si no, estás de acuerdo con todos los crímenes que pudiera cometer el ejército ruso.

Hoy, volver la libertad de expresión un privilegio es una perversión, pero es políticamente correcto y hasta varias ONG de derechos humanos prefieren renunciar a esos principios fundacionales antes que a quedar mal frente a parte de su audiencia, la que es fascista. Lo mismo pasa con los medios de comunicación. Algunas organizaciones denuncian la censura en Rusia, pero callan sobre la censura en Estados Unidos y Europa.

La cantidad de fake-news es impresionante: víctimas de Palestina bombardeada ahora aparecen como atacadas en Ucrania, videojuegos presentados como imágenes de bombardeos rusos, fragmentos de películas, imágenes en Ucrania tomadas en años anteriores presentadas como de hoy, y un largo etcétera. A varios periodistas de canales rusos, Twitter les ha impuesto, sin consulta previa, un rótulo que dice «Medios afiliados al gobierno, Rusia».

El debate no es si la cantante rusa Anna Netrebko condena o no a Putin, el debate es si aceptamos que los derechos humanos tienen dueño, si hay inquisición que dice quién puede publicar y quién puede hablar y qué puede decir. Ya no se trata solo de las noticias falsas (fake-news) sino con la censura generalizada del «no-right-to-news» (sin derecho a las noticias). Se impone la propaganda.

Si no vemos un hilo conductor entre la quema de libros de Hitler, la edición de fotos de Stalin, el asesinato de periodistas en México y la censura en Colombia es porque no queremos ver o porque tanto culto a «lo local» nos impide poner en perspectiva universal el debate.

Si Voltaire estuviera en Volgogrado se burlaría del fanatismo intolerante de los rusófobos, de la misma manera que advirtió que «si queréis que se tolere aquí vuestra doctrina, empezad vosotros por no ser intolerantes ni intolerables»; lo diría sin duda con un vodka en las manos. (Ya sé la respuesta de que no se puede tolerar lo intolerable, pero eso más que un argumento es usado como una excusa para evadir el debate central).

El debate de fondo es el aplaudido recorte a la libertad en aras de la aceptación de los «políticamente correctos». Y eso viene sucediendo no solo frente a los rusos sino en todo el mundo, contra todos los que alguna iglesia inquisitorial (o su equivalente) llame «herejes». Como decía mi querido (y ya desaparecido) Francisco Rubio Llorente: «Naturalmente, nadie tiene libertad de hacer nada si para hacerlo ha de pedir antes permiso».

PD: Incluso hay quienes creen que si uno dice «rusofobia», entonces está aplaudiendo el crimen de agresión que Rusia comete en Ucrania. ¡Qué tiempos! * Artículo publicado en el sitio web VdeCL (Víctor de Currea Lugo).

* Artículo publicado en el sitio web VdeCL (Víctor de Currea Lugo).

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