En este país, donde ser joven de barrio popular o ser joven campesino e indígena te convierte en objeto de estigmatización social, persecución por parte de las fuerzas del orden y objetivo militar de paramilitares, no es una opción atrayente y práctica el voto en elecciones y la participación abierta y legal en las urnas.
Las elecciones a los Consejos de Juventud en Colombia, constatan una vez más la apatía juvenil frente a la democracia electorera, la desidia por las instituciones y el poder que tienen las maquinarias de los partidos tradicionales para cooptar cualquier escenario de participación política. Además, esta elección representó un duro revés para los cálculos de los movimientos sociales y alternativos, los cuales tenían sembradas sus esperanzas en este escenario de participación juvenil que, permite de cierta manera, medir los acumulados políticos con los que cuentan de cara a las elecciones venideras.
El domingo 5 de diciembre de 2021 pasará a la historia como el día en que por vez primera se llevaron a cabo en Colombia las elecciones a los Consejos de Juventud. De ahí que el señor Iván Duque, saliera con su oportunismo caraterístico y su repugnante demagogia, a celebrar de manera efusiva lo que desde hace diez años debió implementarse gracias a una ley, y a decir ayer que «hoy gana la democracia colombiana, hoy gana la juventud colombiana, hoy Colombia elige joven», cuando lo que muestran las cifras es que el abstencionismo fue del 90%.
En nuestro país, de un total de 12’282.273 jóvenes que se encontraban habilitados para participar en las urnas, tan solo 1’279.961 acudieron a sus puestos de votación para elegir a sus consejeros. Es decir, de cada 10 jóvenes habilitados para votar, solamente uno ejerció su derecho. A esa cifra, un tanto desalentadora para los románticos demócratas, hay que añadirle que los votos nulos y no marcados suman aproximadamente el 25% del total de votos. Esto quiere decir que menos de un millón de votos fueron válidos.
A las anteriores y preocupantes cifras, se le agrega la de los resultados, que dejaron con un sin sabor a más de un romántico enamorado de las tan sagradas instituciones democráticas. Pese a esto, los partidos tradicionales y hegemónicos lograron imponerse en la paupérrima votación mencionada. Los primeros cinco partidos en el ranking lo encabezan el Partido Liberal con poco más de cien mil votos, el Partido Conservador con 74.651, Cambio Radical con 61.263, la U con 59.639 y el Centro Democrático con 44.068 votos. Es decir, entre estos cinco partidos lograron amasar 340.213 votos, que representan aproximadamente el 40% del total de la votación válida.
Para el caso del Tolima, hay que decir que de 37.856 votos escrutados, casi 14.000 fueron por partidos políticos (58,91%), 12.609 fueron votos nulos (33.22%), mientras menos de 10 mil votos fueron para listas independientes y para procesos y prácticas organizativas. De esta manera, quienes celebran dicho comicios, parecen ser los mismos que están acostumbrados a conformarse con las migajas que se caen de los banquetes de los poderosos, pues hay que ser muy miope, en sentido político, para celebrar tan tremendo descalabro electoral.
Estas cifras muestran el grado de participación juvenil en las elecciones, pero de ninguna manera es una muestra de conformismo juvenil, ya que si recordamos la asistencia masiva de millones de jóvenes en las calles este mismo año en las jornadas de Paro Nacional podemos ver que a los jóvenes sí les interesa la política y su sociedad, pero no desean hacer parte de la formalidad institucional ni participar en las reglas de juego de la democracia representativa. La gran mayoría de la juventud colombiana se ha visto desencantada de las prácticas politiqueras que han permeado también al movimiento social, de ahí que la apatía por las organizaciones y procesos sea visible, muy por el contrario de las maquinarias electorales de los partidos políticos.
Estos comicios nos deben llevar a plantear otras formas de hacer política con la juventud, ya que es una juventud a la que no le interesa militar (y eso no está necesariamente mal) y organizarse políticamente; sino que es una juventud que se organiza alrededor de otros intereses, con otras formas y otros significados que muchos no hemos comprendido y por lo cual caemos en el error de criticar y decir que «todo pasado fue mejor». Urgen nuevas maneras organizativas y de activismo juvenil que realmente incidan en dicha población. Las banderas de la objeción de conciencia, las demilitarización de la vida juvenil y las oportunidades de estudio y trabajo vuelven a estar como imperativos de primer orden en la disputa política que está por venir. En este país, donde ser joven de barrio popular o ser joven campesino e indígena se convierte en objeto de estigmatización social, persecución por parte de las fuerzas del orden y objetivo de paramilitares, no es una opción atrayente. Retomar las consignas de los jóvenes de a pie marcará el rumbo del nuevo quehacer político de quienes les interesa la transformación social.