En el vecindario, la mayoría de gobiernos están bajo la tutela de Washington; los que no, están transitando un camino desmarcado de las opciones de izquierda como forma de no estar en la mira de los Estados Unidos. Cuba está sola, bajo la amenaza cada vez más latente de los yanquis o en el umbral del capitalismo emergente de oriente.
Cuba está de moda. La situación registrada en días pasados ha estado secundada por el flujo imparable de información. Cada día y desde diferentes flancos, los portales de internet y las redes sociales estallan con “nuevos” acontecimientos sobre la isla. Aunque los medios no alineados con los intereses de Washington ofrecen algunas respuestas a ciertas preguntas no resueltas, el panorama para Cuba y el capitalismo en reestructuración aún no es vislumbrado. El análisis ha versado en torno al qué pasó, por qué y cómo.
Sin menospreciar la importancia de estos interrogantes, los eventos desarrollados en la isla entrevén algo de mayor fondo. Estos no sólo responden al interés de Washington por recuperar su control, erradicar el socialismo como alternativa para los pueblos y convertir el suelo cubano en un destino turístico. La jugada en cuestión hace parte de los movimientos del gobierno de Joe Biden por contrarrestar el terreno ganado por los chinos en el mercado mundial; en especial, constituye una provocación en miras de determinar su reacción, como la de los rusos. La intentona desestabilizadora del gobierno cubano es una nueva punta de lanza sobre Nuestra América, la cual está en disputa con dos de sus principales contendores: Pekín y Moscú.
La reserva de los chinos y los rusos frente a la situación no ha sido alentadora. Al contrario de lo esperado, su posición ha revelado la inexistencia de algún interés sobre Cuba. En concreto, para Pekín, la isla –hasta el presente– no encaja de forma relevante en las dinámicas capitalistas que pretende imponer. Su posición geográfica parece no ocupar un lugar relevante en la comercialización de mercancías y en el control de recursos estratégicos. Desde el ángulo de los rusos el panorama no parece ser otro. Su presencia militar no basta para ganar el control de una región si no hay un proyecto económico de por medio. Además, Rusia tiene otros intereses sobre Europa ligados a la explotación de ciertos recursos minero-energéticos.
El gobierno cubano ha tenido estas opciones a la mano. En tiempos de la “guerra fría”, Cuba sostuvo relaciones con la extinta Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas (URSS), lo cual le ayudó a apaliar la presión norteamericana. Tras la caída del bloque socialista, la isla quedó desamparada; pero la revolución bolivariana fue la que le tendió una mano solidaria en el marco de la lucha contra el Área de Libre Comercio de las Américas (ALCA), el proyecto anexionista de Washington. Años más tarde, otros gobiernos de carácter democrático se abrieron a la isla. Sin embargo, el gobierno revolucionario cubano ha mantenido su independencia. Por esta razón, sus compromisos con otros países han sido basados en el principio de la autodeterminación de los pueblos, nunca en aras de depender o subyugar a otro.
Infortunadamente, el postramiento económico derivado de la asfixia comercial impuesta por Washington desde hace 62 años y los estragos de la pandemia exigen de una ayuda exterior, a menos que la revolución acierte en una salida endógena y propia. Las alianzas no son la mejor opción. En el vecindario, la mayoría de gobiernos están bajo la tutela de Washington; los que no, están transitando un camino desmarcado de las opciones de izquierda como forma de no estar en la mira de los Estados Unidos. Cuba está sola, bajo la amenaza cada vez más latente de los yanquis o en el umbral del capitalismo emergente de oriente.
El panorama de la isla ofrece una venta a lo que se avizora para Nuestra América. La agresividad del gobierno de Biden es evidente y sin titubeos. La reacción de quienes pretenden el hemisferio no es contundente hasta el momento. La correlación de fuerzas de los procesos revolucionarios está en jaque y los aliados en el propio continente no son muchos. Las salidas que se perfilan son dos: la asimilación al orden capitalista impuesto por el imperialismo norteamericano o el alinderamiento hacia el capitalismo del lejano oriente. Empero, esto puede cambiar sí y solo sí reemerge un proyecto histórico con alcance continental.